lunes, 13 de noviembre de 2017

Un domingo en Somosaguas

El título de este artículo bien podría ser el de un capítulo de una novela de Wodehouse ambientada en la España de los años treinta. Ese en el que llega la sobrina menesterosa de la acaudalada baronesa para urdir un ingenioso plan, junto al vivalavirgen de su tío, con el fin de sumarse a la selecta lista de chupópteros que se alojan en la mansión. Claro que también sería el título idóneo para un biopic sobre los marqueses de Urquijo, con el turbio y triste final que se desencadenó en su finca, dentro de la citada zona residencial. Allá donde se unen las historias más humanamente míseras y el humor más descabelladamente afilado nace el concepto "berlanguiano", en el sentido más naíf de la palabra pues los personajes deben sufrir sus estrecheces a raíz de algún conflicto burocrático y la negrura de sus escenas resolverse con una mascletá o cualquiera de estos elementos rudimentarios del ambiente fallero. No obstante, tampoco es el momento de ponerse exquisitos. A estas alturas ya habrán descifrado ustedes que el título poco tiene que ver con el humor inglés o los difuntos marqueses de Urquijo, y que se trata, por lo tanto, del merecido homenaje que en este blog rendimos al gran Luis García Berlanga en el séptimo aniversario de su muerte. Mueren cientos de personas cada día sin importarnos más que un titular morboso —"Trece turistas japoneses fallecidos al ser aplastados por un camión que daba marcha atrás"— y aún así, cuando se van algunas personas parece que el mundo se queda vacío. El tiempo sigue adelante y el mundo avanza hacia el retroceso. "Le voy a poner ferrocarriles como para parar un tren" decía uno esos personajes llenos de ilusiones en "Bienvenido Mr. Marshall" (1953), sólo hizo falta un Berlanga para parar el mundo, aunque el resto también ayudara.

Berlanga junto a Azcona, el pseudónimo que resultó ser real

Resulta curioso ver como una figura rejuvenece con los años. Cuando despedimos al maestro, España estaba todavía en ese nuevo milenio que retrataba "París-Tombuctú" (1999), al poco tiempo empezaron a salir papeles de políticos que les mandaron a "Todos a la cárcel" (1993). Hoy, entre catalanes e independencias que harían las delicias del propio Luis, estamos más cercanos al Saza de "La escopeta nacional" (1978) y basta que nos descuidemos para volver a estar como en "Plácido" (1961) o "El Verdugo" (1963). Berlanga murió un día como hoy en el año 2010, sin embargo vuelve todas las mañanas fresco y renovado en la tinta que se imprime sobre los diarios nacionales, aunque también, y quizás especialmente, en los de tirada regional. Tuve la suerte de pasar algunos de los domingos más felices de mi infancia en su casa de Somosaguas, tardes de una tranquilidad primaveral —aún siendo verano o invierno— supeditada por la figura de Luis. En la cama, en la mesa, en la silla. Con sombrero, sin sombrero. De buen humor, de mal humor. Siempre él, porque nunca dejó de ser él, junto —o enfrente, si estábamos en la mesa— a su mujer María Jesús. Disfrutando siempre de los arroces de la Juana, esperando el petisú de chocolate que daba por terminada la comida y paso a la siesta. "El otro día vino Borau a verle."; "Pobre, a ver si consigue que acepten berlanguiano en la RAE."; "¿Pobre por qué? ¿Está enfermo?"; "Lourdes, traiga más agua que se ha acabado". Encuentro la imagen que acompaña este párrafo en la profundidad de internet, se trata de la inauguración de la Sala Berlanga, todavía vigente y con una programación más que reivindicable. En la fotografía se observa a Don Luis deslumbrado por los flashes, todavía recuerdo el taxi que le llevó, debió de haber algún problema a la hora de bajar la silla. Esa fue la gran despedida de Berlanga, rodeado de otros grandes que, como ellos mismos decían, no eran más que alumnos viejos homenajeando al profesor que les descubrió el mundo. "El dolor me jode, pero morirme me jode más", así reza el que fue prácticamente su epitafio. Todo pasado. Recordamos, reímos, lloramos, pero esto se acaba y el mundo sigue igual de vacío sin Berlanga.

María Jesús y Luis en el estreno de "Calabuch" (1956)

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