sábado, 25 de febrero de 2017

¡Vaya, valla!

En "Fences" (Denzel Washington, 2016) existe una valla desde el primer momento que separa a la historia del espectador, una frontera de caro peaje que hace que muchos prefiramos contemplarla desde el otro lado, pues lo que cuenta se puede comprender a kilómetros de distancia. Estamos ante una película estéril, ajena a nuestro época (el propio padre queda anticuado a su presente) y falta de cualquier muestra de narración cinematográfica, un pieza teatral rodada en el pequeño jardín de la parte de atrás de una casa en un barrio marginal, donde no vemos aparecer a un solo blanco excepto en las descripciones que el personaje de Washington hace de "el diablo". Un drama sintético que no viene a cuento y que, sin embargo, se trata de un film oportunista, una astuta apuesta que exige grandes interpretaciones en el año de concienciación de Hollywood con la raza negra tras el famoso #OscarSoWhite. Pese a su oportunismo, Whasington no contó con "Moonlight" (Barry Jenkins, 2016), y ninguno de los dos esperaba "La La Land" (Damien Chezelle, 2016) que ha terminado con su gozo en un pozo, aunque todo haya merecido la pena para que Viola Davis obtenga (posiblemente) el Oscar que los académicos le deben desde "La duda" (John Patrick Shanley, 2008), este año la categoría cuenta con tres nominadas de color, magnífica y astuta campaña de marketing. Ya solo les queda solucionar eso que tanto repite Meryl Streep en sus discursos, algo de las mujeres que Ana Belén abanderó con cierta ironía con su discurso por el Goya de Honor: "Si no hicieran falta mujeres para los personajes femeninos no estaríamos ni las que estamos". Después de todo el papel de Viola en "Fences" no es su mejor trabajo, el Oscar sería por esa escena en la que habla algo agitada mientras se le caen los mocos, y eso que me declaro un gran admirador de esta magnífica actriz.


Whasington ya protagonizó la obra en Broadway
Existen más vallas que la que no dejan entrar al público, está también la barrera que no permite que los personajes salgan, la llamada cuarta pared que crea una pantalla de cine y que demuestra que en muchas ocasiones cine y teatro no se compaginan con facilidad. Denzel Washington mantiene un texto casi íntegro que le permite acercarse al récord de más palabras lúcidas en una escena, otro ejemplo que chirría al oído, cómo un basurero encuentra palabras tan bellas y elocuentes para sus repetitivos monólogos, ni que fuera hijo del bardo inglés. La propia obra "Fences", estrenada por su autor (August Wilson) en 1985, guarda ciertos paralelismos con el teatro clásico y sus tres reglas de acción, tiempo y espacio, además de personajes shakesperianos como el tío Gabriel, un fácil introductor del personaje-bufón que sanea el drama con sus intervenciones, personaje no tan alejado del Bubba que Mykelti Williamson interpretó en la reconocida "Forrest Gump" (Robert Zemeckis, 1994) o cómo el blanco más estúpido puede llegar a triunfar en América, el discurso opuesto a "Fences". Una obra clásica en una adaptación plana, aburrida, llena de vallas que cercan las posibilidades a las que aspiraba esta escenificación ganadora del Premio Pulitzer. El tercer largometraje de Denzel Washington como director sigue la línea de "El mayordomo" (Lee Daniels, 2013) o "Criadas y señoras" (Tate Taylor, 2011), solo que sin el apetitoso trasfondo histórico, excepto por ese plano en el que vemos los retratos de Martin Luther King y John F. Kennedy unidos, en la cocina. "Fences" es una primera hora aburrida, un giro que llama nuestra atención, una bronca de Viola Davis y un entierro que todos esperamos.

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