domingo, 19 de febrero de 2017

La Primera Dama de la mesa redonda

En ocasiones la historia merece ser mirada desde otra perspectiva, es un premio que otorga el tiempo y su gente, por ello nunca se ve en los textos de rigor, por ello la verdadera historia se escriben en evangelios apócrifos y películas como "Jackie" (Pablo Larraín, 2016). Una visión que deja de contemplar el asesinato de Kennedy desde la mirilla del fusil de Oswald para convertirlo en el auténtico drama humano y femenino de Jackie, una mirada que solo está al alcance de una indomable Natalie Portman que sufre desde la elegancia un dolor de protocolo asumido por un país. ¡Cómo les gusta a los americanos su bandera! Lo más sorprendente del film es su canalización de ese sufrimiento, imágenes que se fijan de forma indisoluble en nuestra memoria —marca de la casa del director— y que en ningún momento pretende situar al espectador en ninguno de los dos bandos (Jackie y el resto del mundo), sin quererlo cumple la primera regla del rigor histórico. Por ello no es tan importante la narración, un guión típico de biopic en el que el personaje a tratar recibe la visita de un periodista para comenzar a largar su historia, la clave de esta pequeña obra maestra está en el matiz casi metafísico que adquieren las reflexiones de Jackie, permanentes en la iluminada mirada de Portman. Hay escenas que gritan por un cine en estado puro, los cigarrillos que se encienden, los vestidos que caen con responsabilidad sobre su dueña, la copa medio llena, la copa medio vacía, todo ello bajo la magnífica música del final de "Camelot" (a los más cinéfilos se nos viene esa imagen de un avejentado Richard Burton interpretándola impoluto años después de su estreno en Broadway). Jackie, a quien Sinatra definiera como "la reina de América", se convierte en la Primera Dama de la mesa redonda (y Greta Gerwig en su siempre agradable secretaria).


Portman y Larraín celebrando el éxito en Venecia
La crudeza del film se basa en la reproducción de una realidad que todos hemos asumido como historia, que en realidad es el drama profundo y visceral de una mujer que pudo "ver como se le caía una pedazo de cráneo" a su marido, escuchar las auténticas declaraciones de Jackie en la voz y el rostro de Natalie Portman es un sentimiento único —como un escalofrío que permanece— por el que llamamos al cine el séptimo arte. Un primer plano de Jackie, porque en la pantalla Portman es Jackie y nada más, llorando, limpiándose los restos de su marido, es la única forma de equiparar el lenguaje cinematográfico a las crudas palabras que la Primera Dama sentenció en aquella famosa entrevista: "Es mi marido; es su sangre, todo su cerebro está esparcido sobre mí". Y no sobre otra, podría haber añadido, pero precisamente en la sutileza encuentra este relato su mejor aliado, las conversaciones sobre los preparativos del cortejo fúnebre o la solemne charla que mantiene con el sacerdote (el recientemente desaparecido John Hurt) antes de enterrar a sus dos hijos junto a su marido, todas ellas están marcadas por un delicioso gusto por la sutileza que hace que este no sea un biopic cualquiera. "Jackie" es la respuesta sencilla y elegante a la rudeza de "El club" (2015) y otra forma distinta de mirar una película biográfica a "Neruda" (2016), los dos largometrajes anteriores de su director que continúa con un "cine que comprenda la complejidad humana". La última cinta del chileno es como la propia Jackie Kennedy, una historia fea con un vestido bonito, una mujer excepcional en un cargo que parece diseñado por su Givenchy, una decoradora que supo sacarle los colores (y los tesoros) a la Casa Blanca. Durante toda esta temporada he sido el más firme defensor de Isabelle Huppert y de "Elle" (Paul Verhoeven, 2016), pero si el Oscar fuese para Natalie me levantaría una tímida sonrisa. 

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