martes, 25 de octubre de 2016

¿Quién mata a los grandes cómicos?


Parece que hayan pasado siglos, no ya de los benditos años 60' que en el artículo se ensalzan, sino del propio escrito. La comedia de hoy en día es prácticamente inexistente, aún más cuando aquellos que la dominan con tacto deciden abarcar otros géneros (en su propio y debido derecho). Las únicas dosis que recibimos se encuentran en una televisión rápida y barata que se conforma con las sonoras y repugnantes carcajadas del Gran Público. Aquellos que busquen la sátira o el humor ácido, están perdidos, se agarran a las pequeñas dosis que se presentan a los festivales, que no dejan de ser puntuales momentos de lucidez en un trillado cine europeo. Hoy más que nunca es necesario recuperar este artículo de Jorge Berlanga, quien nos guía en este humilde blog, donde se divisa que en algún momento la comedia fue grande, y su rostro era universal y divertido. El guión, la historia, fue la clave de una comedia en concreto, sin embargo, en este artículo se comprueba que hubo un tiempo en el que eso era lo de menos. Con el simple hecho de la aparición de alguno de los mencionados, una amplia sonrisa se dibujaba en todo uno, la mayoría de ellos prescindía de la palabra para hacer reír y el resto la maltrataba con una brillante elegancia. Les dejo pues con este brillante artículo que, cuanto más lejos parece estar, más necesario parece. 

¿Quién mata a los grandes cómicos?
                     Por Jorge Berlanga
         Si miramos bien, vivimos una época en donde más que hacer comedia, se hacen intentos. ¿Qué ha pasado con los grandes cómicos? Aquellos que por sí solos llenaban una película, se merendaban la pantalla y hacían que valiera la pena pagar una entrada por verlos. Hoy disponemos de un abundante censo de actores que se esfuerzan por ser graciosos, pero que se quedan a más de medio gag de diferencia con los grandes maestros, esos fabulosos personajes de los que basta sólo pronunciar su nombre para recordar momentos hilarantes. A veces, eran en sí mismos un género, y hoy todavía son garantía de diversión de alto voltaje.
            Volviendo la vista a  mediados del pasado siglo, habría que admitir que nunca se han considerado los años 60 como la edad dorada de la comedia, pero nadie puede negar la extraordinaria categoría de sus representantes. Es más, podríamos hablar de un tour de force entre el cine americano y el europeo equilibrado en magníficos talentos. Tiempos de boyantía en los que la industria no sólo estaba en Hollywood sino también en Roma, París, Londres, y, por qué no decirlo, también tenía un considerable ritmo de producción en España. El mundo estaba lleno de genios cómicos.
           Vaya, todos los grandes actores y actrices americanos estaban dotados para el humor. Pero como símbolos de la época yo señalaría dos vértices: Por un lado, el cine de Billy Wilder, irónico, trepidante, vitriólico, del que surgen unos nombres fundamentales con descacharrante vis cómica, como son Tony Curtis, el pícaro galán siempre en apuros, Jack Lemmon, el ciudadano común permanentemente atosigado por sus miserias, y el magnífico Walter Matthau, cínico ejemplar cargado de humanidad en todas sus vilezas. Frente a su sátira social de trazo fino, estaba el desmadrado repertorio gestual del cine de Jerry Lewis, con o sin Dean Martin, y su desencajado surrealismo en la modernidad de la época que fascinó a la nouvelle vague con Truffaut a la cabeza.

Jack Lemmon y Billy Wilder en el rodaje de "El apartamento" (1960)

            Pero en Francia brillaban también con luz universal otros reyes del entretenimiento de primer orden, adorados por el público. Celebramos hoy el resurgimiento del incomparable Louis de Funes, con su irresistible e inconfundible don para la gesticulación al borde de un ataque de nervios, pero no hay que olvidar otras figuras de aquel tiempo como el extraordinario, simple y lleno de matices Bourvil (¡Qué pareja con Funes en “La gran juerga”, Gérard Oury, 1966!), el campechano Fernandel, o sobre todo ese marciano único e inimitable por más que lo hayan intentado que fue Jaques Tati, un prodigio de mímica e inteligencia, que desde “Las vacaciones de Mr. Hulot” (Tati, 1953) bordó el sentimiento cómico del hombre solitario descolocando la mécanica de la sociedad sin tornillos.
            No podemos olvidar en el mapa de la época el esplendor de la comedia italiana, con tipos tan brillantes para despertar la carcajada como Mastroianni, Gassman, Sordi, Tognazzi o Nino Manfredi. ¡Casi nada! O el apogeo del humor británico, con su cruel fineza, centralizado en los estupendos estudios Ealing, con películas como “El quinteto de la muerte” (1955) de McKendrick y actores de la talla de Peter Sellers o Alec Guiness. Si contamos también la fama mundial de un extraño sujeto llegado de México llamado Cantinflas, hay que considerar aquella época como un  vivero de cómicos fundamentales difícil de repetir. Donde ya es hora también de reconsiderar la categoría de nuestra comedia, con gente como López Vázquez, Landa, Leblanc, Gómez Bur, Gracita Morales y tantos otros haciendo Historia, sin desmerecer.  

Luis García Berlanga junto a Muñoz Suay y Nino Manfredi en la Mostra de Valencia

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