martes, 6 de septiembre de 2016

Ojos que no ven, corazón que resiente

Ayer tuve la suerte de ver "No respires" (Fede Álvarez, 2016), una película que recupera mis mejores sensaciones con el cine de terror, género muy reconocible que brilla por la facilidad con la que entabla su atracción con el espectador, el terror te atrapa, te permite experimentar tus sentimientos más ocultos y pone a tu organismo en un estado de alerta constante. Que el cine tenga esa capacidad, es una auténtica maravilla. El director uruguayo, quien ya se ganó a la industria, al público y Sam Raimi con "Posesión Infernal" (Fede Álvarez, 2013), vuelve ahora con una historia brillante que logra aunar el terror y el thriller de una forma excepcional. "No respires" ("Don't Breathe") se presenta como una magnífica aportación al género, que lo remueve, lo imita y lo reinventa, desde un guión electrizante que no deja respirar al espectador hasta ingeniosos recursos técnicos, como la previsible (aunque esperada) escena a oscuras. Por otro lado, tanto Roque Baños en la banda sonora como el departamento de sonido (encabezado por Joshua Adeniji), resulta una figura clave en el film, más allá de los golpes sonoros que conducen las cintas de terror, teniendo un protagonista ciego la música y el sonido se convierten en su imagen, y por lo tanto en un factor indispensable para la guía del humilde espectador. "A mi los muertos no me dan miedo", podría ser el tagline de cualquier film de Fede Álvarez, ya que finalmente son sus vivos los que nos sitúan en una situación límite, y lo que nos hace alcanzar la siempre añorada "verosimilitud", eso y que cada vez descubrimos más locos en las páginas de los periódicos. Otro aspecto genial es el toque de telefilm que Pedro Luque aporta a su fotografía, un cierto aire cutre que diferencia muy bien la vida de los atracadores antes y después del golpe, los que sigan con ella, claro.

Daniel Zovatto, Jane Levy y Dylan Minnette ante un candado

Fede Álvarez en el set de rodaje
Fede Álvarez escribe "No respires" con su co-guionista habitual, Rodo Sayagues, componiendo una historia compuesta con un magistral sentido del ritmo y del espacio, resulta verdaderamente increíble el partido que pueden sacar de un viejo veterano de guerra y su rottweiler particular. El propio Álvarez citó como referente "La comunidad" (Álex de la Iglesia, 2000), el dinero guardado en casa se convierte en una bombilla caza ambiciosos, claro que en comparación con el pobre anciano descompuesto de "La comunidad", el viejo Stephen Lang parece estar buscándolo. El thriller y la actitud de Lang hacia su casa nos lleva rápidamente a "Sola en la oscuridad" (Terence Young, 1967), un suspense constante donde la propia luz mide cada uno de los movimientos, por otro lado la casa es como otro personaje. Me gustaría recordar aquí un film casi olvidado, "Monster House" (Gil Kenan, 2006), donde la casa cobraba vida literalmente, la capacidad que el refugio apoya a su ciego amo en "No respires" es espeluznante y tratado con una brillantez casi bonita. Por otro lado es un hogar no muy lejano al de "El ángel exterminador" (Luis Buñuel, 1962), donde el surrealismo del aragonés cobra forma en un desfigurado héroe militar, aunque probablemente todo ello no sea más que un recurso narrativo que Álvarez compartiría con Álex de la Iglesia, la necesidad de contar su historia en un espacio cerrado para que no se le vaya de las manos. En este momento resuena el grito de Jane Levy: "¡Aquí fuera no eres nada!". Por si no fuera poco aparece otro un inesperado giro de guión que despierta el lado más psicópata de Lang, al borde de cargarse bichos azules al más puro estilo "Avatar" (James Cameron, 2009), una subtrama desigual que brilla en sus desquiciantes detalles, instrumentos, decorados... Cualquier referencia a "La habitación" (Lenny Abrahamson, 2015) se acepta, aunque haya que restar realismo y añadir dos grandes cucharadas de locura paternofilial. Quedo verdaderamente sorprendido y entusiasmado con "No respires", que también guarda los "momentos susto" para los espectadores del terror más trillado.

Stephen Lang, oliendo a sus víctimas

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