sábado, 14 de mayo de 2016

Tomamos el expreso de Juan Estelrich

Juan Estelrich vuelve al cine tras veinte años de ausencia en la gran pantalla en los que, entre otras cosas, se ha encargado de llevar a cabo las últimas ediciones de los Premios Forqué, mientras edificaba el guión de "Bombay Goa Express" (Juan Estelrich, 2016), junto al reconocido pintor Fernando Bellver, quien participa también con los dibujos de la película que tiene mucho de sus cuadernos de viaje. El rodaje del film terminó en 2011, como se pudo ver en algunas redes sociales, sin embargo el trabajo de postproducción es toda una hazaña para una película que, como muy bien reza su cartel, se ha hecho sin ayudas del Estado. Quizás por ello, y por los pequeños matices de documental que se muestran en costumbres y bazares rodados con cámara al hombro, no se puede tomar como un film en sí, tal vez como un experimento sensacional, una pequeña obra cómica que vista luces a llegar mucho más allá. Sin duda se trata de un proyecto que sólo Juan Estelrich puede haber sacado adelante, el director que logró unir a Mickey Rooney y Emma Suárez en su primer largometraje, "La vida láctea" (1992), film donde participó también Juan Luis Buñuel, hijo del gran director de Calanda, cuyo espíritu se veía presente en aquel film, y en "Bombay Goa Express", un viaje a ninguna parte que bien podría tratarse de la peregrinación buñueliana de "La Vía Láctea" (Luis Buñuel, 1969), repleta de un imaginario único que se funde en sueños y pensamientos -ANATEMA-.


La última película de Juan Estelrich no podría haberse llevado a cabo sin sus cimientos como gran cineasta, no sólo al haber rodado cintas con un gran presupuesto, sino también en haber participado como ayudante de dirección en grandes clásicos del cine moderno como "El Imperio del Sol" (Steven Spielberg, 1987). Sin duda su riesgo y su capacidad de trabajar con los mejores le viene de familia, su padre, el gran director Juan Estelrich fue ayudante de dirección de Juan Antonio Bardem, Luis García Berlanga y Fernando Fernán Gómez en "Venganza" (1958), "Plácido" (1961) y "El extraño viaje" (1964), respectivamente, algunos de los films más reconocidos de sus autores. Todo ello antes de ofrecernos su mítica "El anacoreta" (Juan Estelrich, 1976), su único largometraje como director que rompió todos los moldes del cine español de la transición, junto con su prácticamente opuesta "La escopeta nacional" (Berlanga, 1978), ambas con guión de Rafael Azcona. Estelrich padre se inició como director en "Se vende un tranvía" (1959), un piloto para televisión que tristemente no fue aceptado, tal vez por el temor a una crítica mordaz que se les escapaba en ese guión de Azcona y Berlanga.


"Mao, Hitler... terminaremos por hacerles monumentos por dejarnos espacio", con esta frase repleta de un humor negro atrevido comienzan las reflexiones de Julio Cardin, interpretado por Julián Chester (anagrama de Juan Estelrich), toda una declaración de intenciones que acompaña a un film rompedor, la revelación del año como ellos mismos satirizan en su recién estrenado cartel. Woody Allen fue el primero en comenzar sus películas con un chiste para romper el hielo, para entablar una relación único con el espectador, predisponiéndole a reír con sus neuróticas historias, Estelrich sigue una estructura parecida en su última cinta. En la presentación de "Bombay Goa Express", el pasado jueves en los cines Verdi, el propio Estelrich aclaró el origen del proyecto "nace de la necesidad de contar las historias que suceden con cruzarnos con personas que no volvemos a ver", a los pocos minutos en la película, su protagonista femenina María Adámuz examina una fotografía de un gran monumento indio donde se cruzan miradas, y finalmente el sensacional destino que correrán entre pensamientos los dos personajes enfrentados bajo el chá chá chá del tren. Durante el metraje se nos presenta un repertorio sensacional de géneros, una burla al cine tradicional que se renueva en su propia esencia, el noir americano, el western o la épica de "La princesa prometida" (Rob Reiner, 1987) se dan la mano para componer la interminable imaginación del protagonista, donde por supuesto domina la comedia realista sobre todo. Así pues resulta hasta entretenido reconocer planos y diálogos que forman parte de una cultura cinematográfica básica que todos podemos disfrutar, hasta la divertida exageración del final de "Con la muerte en los talones" (Alfred Hitchcock, 1959), que lejos de disimularse se exagera hasta el absurdo. Los números musicales son también piezas sensacionales, distracciones que vuelven a captar la atención del espectador, sobre todo después de un paradón central algo más filosófico (es curioso como los relatos que salen de las ficticias novelas del personaje son los más prescindibles), que vuelve a recuperarse con un Cardin a lo Richard Gere en "Chicago" (Rob Marshall, 2002). Una pequeña distribución en los Verdi de Madrid y Barcelona se convertirá en e recorrido comercial del film, que debe llegar más allá, al menos por su astuta ruptura con todo lo anterior.

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