lunes, 4 de abril de 2016

Chus Lampreave, como un melón cerrado

Chus Lampreave fue la mujer con la que todos querríamos haber mantenido una conversación, una de las "abuelas" más divertidas del cine gracias a su naturalidad, y carácter abiertamente español que Pedro Almodóvar le proporcionó en sus papeles. Con un físico modosito pasó algo desapercibida en sus primeros papeles, curtiéndose en repartos de lujo como los habitantes del pisito de Marco Ferreri, o como la pandilla de tramposos y maleantes que Azcona y Berlanga crearon en "Se vende un tranvía" (Juan Estelrich, 1959). El cine ha sido siempre alabado por ser el arte de todas las artes, capaz de reunirlas a todas ellas mostrando a través de las décadas una apetitosa muestras de ellas. Por ello esta nueva generación de cineastas que rebatió con su pluma audaz a la censura, supo encontrar en sus tertulias de Café un tema común que les unió por siempre en unas carreras impecables. José Luis López Vázquez era un grandísimo pintor, cuyas acuarelas recuerdan a la mejor época del cartelista Toulouse-Lautrec, Berlanga fue un gran amante de la pintura, con la que por suerte sólo se atrevió a tontear. La pasión de Chus por la pintura le llevó a la Academia de las Bellas Artes de San Fernando, donde conoció a Jaime de Armiñán, que como buen visionario supo introducirla en el cine en el momento preciso. Los planos secuencias de Berlanga resultaban una delicia audiovisual, sin embargo el actor dejaba de ser uno para fundirse con la historia, por lo que podemos decir que no logramos ver al espíritu vivo de Chus Lampreave hasta que Almodóvar le otorgase sus inolvidables papeles de portera, vecina, abuela, madre sabia ahogada en refranes, monja, o la tía loca que sabe más de lo que parece. Toda una oda a una gran actriz que desde entonces tomó un nuevo rumbo y no dejó de hacernos reír entre pimientos y melones.


Recuerdo a Chus Lampreave

Cuando comencé el homenaje a Luis García Berlanga con el recuerdo de los intérpretes y profesionales que habían coincidido con él en sus carreras, el primer nombre que me vino a la cabeza fue el de Chus Lampreave, no porque tuviese sus papeles más recordados, sino porque como figurante de esa estampa berlanguiana, que terminó por situarla como amante del Marqués de Leguineche, se había convertido en una mujer, una ciudadana de su mundo. Como nunca lograría Almodóvar, pues pese a darle sus papeles más recurrentes con frases memorables, no salían de esa historia, comenzaban, transcurrían y se cerraban hasta el próximo film. Con Berlanga permanecía viva. De Chus ganaba su simpatía, su imagen de abuela moderna, su hacer como buena persona, más que como buena actriz, y sobre todo sus gafas de culo de vaso que se convirtieron en un símbolo de sí misma. Ahora cuando veo su imagen no puedo sentir más que cariño y afecto hacia esa amable intérprete, que también logró encandilar a directores de la talla de Fernando Trueba, José Luis Cuerda, Fernando Colomo o Fernando Fernán-Gómez, sin olvidar el homenaje final que Santiago Segura le sirvió con sus papeles en la saga de Torrente. Trueba supo sacar jugo a su personaje viviente del mundo berlanguiano, y junto a Rafael Azcona lo volvió a retomar para darle el Goya a la Mejor Actriz Revelación por "Belle Époque" (F. Trueba, 1992), como el merecido reconocimiento nacional que merecía, aún resistiéndosele el premio de honor estos últimos años. La pérdida de su marido, Eusebio, la sumió en un terrible dolor ahora saciado, pues estén donde estén estarán juntos de nuevo, no han dejado de verse más que unos pocos meses tras décadas de inseparable unión, que bien podría haber oficiado el Padre Calvo. 


Al fin y al cabo no andaba muy lejos de su personaje de "Espérame en cielo" (Antonio Mercero, 1988), una amante esposa que se desvivía por su marido y su trabajo, y que regaló lo mejor de sí misma. Como aquel personaje, ninguno de nosotros dudaría en realizar una de sus estimulantes sesiones de espiritismo, para volver a escuchar su fina voz con algún cotilleo que nunca podría resistir, pues como nos aclaraba en "Mujeres al borde de un ataque de nervios" (Pedro Almodóvar, 1988) desde su portería, "no puedo mentir porque soy Testiga de Jehová, sino aquí iba a estar yo". Otro personaje, uno de los más histrionicos de su carrera, el de madre de Leo en "La flor de mi secreto" (Almodóvar, 1995), enfrentó este melodrama manchego con total comicidad, incluso para introducir su aldea. En él hacía una sabia apreciación sobre un operación, comparándola con un melón cerrado. Y es que, como en el cine, hasta que no se abre no podemos saber si está bueno o está pasado, cuando Chus Lampreve se abrió y desempolvó toda su fuerza cómica en una nueva generación de cine, pudimos ver que no sólo era un buen melón, sino que era de una de las mejores cosechas y se había conservado intacta para nosotros. Hoy nos toca despedirla, resulta imposible no derramar algunas lágrimas que se funden con las risas que inevitablemente afloran al recordarla. Porque lo que ella hizo fue el mejor regalo para todos nosotros, nos ofreció risa de por vida, nos regaló el arte de humor en distintas dosis, y bajo distintas formas, y como el cine conserva el arte a través de las décadas, tendremos sus personajes por siempre, mientras su amor ahora ya se puede dedicar por completo para Eusebio, a ritmo de tango. Sólo espero que esta vez se haya puesto esa bata que guardaba en el armario, como la flor de su secreto para un día especial. 

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