martes, 19 de enero de 2016

"Joy", serenidad post-clímax

Resulta increíble como David O. Russell ha logrado formarse uno de los mejores equipos cinematográficos de la industria actual. Una serie de los mejores profesionales, desde el genial director de fotografía Linus Sandgren hasta la genial Jennifer Lawrence a la que hizo ganar un Oscar por su papel en "Silver Linings Playbook" (David O. Russell, 2012). Todos ellos introducidos en su particular mundo de atmósfera sesentera, plagado de dramas inducidos a través de la genial comedia que Russell logra a partir de una espontaneidad provocada por sus siempre geniales repartos, además de sus intrínsecas situaciones, donde todo es llevado a su máximo exponente. Su último film no iba a ser menos, una pieza verdaderamente trabajada desde la posición de creador. "Joy" es cinta peculiar a la que le resulta difícil desprenderse del anterior film se su director ("American Hustle", 2013). Una magnífica unión que ahonda en el argumento para llevarlo más allá de la absorbente historia de Joy Mangano, y no sólo por su "fregona milagrosa" que revolucionó a las amas de casa de los años 90' con los inventos más revolucionarios en el ámbito del hogar. La fuerza de una mujer que fuer capaz de todo por levantar su producto en lo más alto, y con ello a su propia situación en la que se ve envuelta su singular familia, siendo el abandono del hoy aclamado biopic el mayor logro del film. "Joy" no es una película sobre la inventora Joy Mangano, es una plataforma que utiliza su historia para transportarnos, a través de escenas perfectamente construidas, hacia una explosión de sentimientos que afloran al más mínimo en la vis interpretativa que Jennifer Lawrence maneja con la soltura que viene legada de su experiencia con Russell.


Particularmente hay una escena que me estremeció, comencé a afincarme cada vez más en la butaca temiendo que en algún momento se desequilibrase esa vibrante escena que nos hace deambular hacia la máxima culminación y su posterior serenidad anímica. Se trata del momento en el que Bradley Coope muestra por primera vez a Joy (Lawrence) la venta en su particular teletienda rotante, un collar con ánimo de lucro que se ve en manos de la mejor vendedora mientras el resto del estudio responde llamadas casi siguiendo una coreografía a ritmo del "Asturias" de Isaac Albéniz. Otro de los aspectos más interesantes se encuentra en el tratamiento de David O. Russell sobre el melodrama que en cualquier otro caso dominaría el film, ajeno a ello, el director toma una telenovela y la convierte en la causam vitae de la madre de Joy, y a partir de ella reírse de un enrevesado guión que llegará a protagonizar los peores sueños de nuestra imparable protagonista. A todo ello se suma también el redescubrimiento de Isabella Rossellini, en un papel verdaderamente intenso, una viuda que no logra encontrar un término medio entre la mujer de negocios y la cruel madrastra, otra genial invención de David O. Russell que firma el guión junto a Annie Mumolo. Robert De Niro queda por lo contrario algo desencajado, protagonistas de algunas escenas memorables, pero desubicado en una historia donde el apoyo paterno debería ser indudablemente considerable. Aún así volvemos a la ocurrencia de narrar la historia desde los ojos de amante abuela, una perspectiva que envuelve un drama que puede terminar con sus vidas en una estética sesentera llena de una luminosidad que sólo puede derivar en el éxito empresarial que precede al film. No duden en ver este film en sus asiduas visitas al cine, ahora que siguen la brecha de la ola hacia los Oscar.

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