lunes, 6 de octubre de 2014

Molina Foix recuerda a Berlanga

Vicente Molina Foix es uno de los mayores autores actuales de nuestro país, ha escrito numerosas novelas desde su "Museo provincial de los horrores" publicada en 1970. Ha sido uno de esos amantes del cine que se han introducido en él, el autor cuenta con dos películas como director, y ha escrito de y sobre cine, ejemplos son su novela "El novio del cine" (2000) o el ensayo sobre el director y también escritor español, Manuel Gutiérrez Aragón. Como dramaturgo también se reconocen obras como "Los abrazos del pulpo" (1985) o la fantástica "Don Juan último" (1992). En el año 2001 dirige "Sagita®io", un filme complicado, que reúne una serie de historias que surgen dentro del ambiente de dos amigos. Y nueve años después vuelve a ponerse detrás de una cámara para rodar su reconocida "El dios de madera", en la que se cuenta una de amor, teniendo detrás la inmigración ilegal. La película es protagonizada por la fantástica y genial Marisa Paredes. Molina Foix participa en numerosas revistas cinéfilas, hoy se acerca a Mondo Berlanga para recordar al gran Luis García Berlanga...

Berlanga final:


   Hay muchas maneras de amar a Luis García-Berlanga, y creo sinceramente que todas ellas han sido ejercitadas por el público. La crítica, esa hidra a veces caprichosamente venenosa, también le ha acompañado y entendido, si bien yo lamento que las últimas obras de Berlanga, ‘París-Tombuctú’ y el corto ‘El sueño de la maestra’, fueran consideradas ‘menores’. Para mí constituyen el magistral remate de una carrera que marca la historia del cine español.



        No es éste el lugar para repasar su filmografía,

sobradamente conocida, estudiada y recordada. Según algunos, el final de su colaboración con Rafael Azcona, que se produjo después de ‘Moros y cristianos’ (1987), señalaría el inicio de una decadencia berlanguiana plasmada en sus siguientes títulos, ‘Todos a la cárcel’ (1993) y las citadas ‘París-Tombuctú’ (1999) y ‘El sueño de la maestra’ (2002). Yo no veo tanta diferencia entre el Berlanga ‘con’ y ‘sin’ Azcona de esa fase postrera; Azcona, como artista disciplinado que era, también se ponía un tanto ordinario, más valenciano que logroñés, en ‘Nacional III’, ‘La vaquilla’ y ‘Moros y cristianos’. Simplemente, ayudado en los últimos guiones por otras manos, Berlanga recuperaba una esencia
que siempre estuvo en su obra: el rudo humor fallero y rústico, no tan alejado del de los sainetes del escritor Bernat i Baldobí. Conviene en ese sentido recordar que ‘El sueño de la maestra’, estrambote añadido a ‘¡Bienvenido, Mr. Marshall!’ (a partir del original en su día censurado), está firmado como “una falla de Luis García-Berlanga”, y añade en los créditos: “plantá en la Plaza del Caudillo en 1952 y cremá en 2002”. Un breve pero exuberante monumento de ninots de carne y hueso, escatológico, disipado, impúdico y cazurro (ese tan creíble Santiago Segura con boina), que enlaza con los episodios picarescos y los chascarrillos, casi ninguno vulgar, alguno estupendamente surrealista (“tiene usted pies de pianista”), de ‘París-Tombuctú’, gran despedida cinematográfica con fuegos artificiales en la que el director, a punto de cumplir ochenta años, se desnudó frontalmente ante el espectador (en la carne de Michel Piccoli) como un disolvente viejo verde y no como un eminente viejo sabio.
       Berlanga nunca quiso ser satírico, es decir,
regeneracionista. En 1958, después de rodar ‘Los jueves, milagro’, que aún seguía pautas de un neorrealismo a la española, el cineasta escribió esta declaración de principios en la revista ‘Film Ideal’: “no estoy de acuerdo con los que me encasillan como satírico. Barnizar con una fina ironía, quizá por vergüenza de expresar abiertamente nuestra ternura, todo aquello que nos rodea, no da derecho a centrar a uno en el áspero ejército de los Aristarcos [se refiere al teórico y crítico cinematográfico marxista Guido Aristarco]. Yo soy un gran egoísta, tan gran egoísta que lucho por la felicidad de los demás, sólo para que no me molesten. Y por esto mismo no me interesa señalar puntos de ataque a futuros ejércitos sino disfrutar de los paisajes que en este lado, llamémosle civilización occidental, tenemos. Si pretendo ensanchar, pues, mi cantón independiente o por lo menos delimitar sus fronteras surge inmediatamente la calificación de humorista. Sólo pido que Dios sea humorista en la medida que yo lo deseo”.



Egoísmo, hedonismo, separatismo individual, humorismo como medio de secesión. El radical proyecto aislacionista y demoledor de Berlanga viene de antiguo, como puede verse, pero yo me atrevo a decir que alcanzó su forma más pura en las desordenadas, deslenguadas y desinhibidas películas finales. Quizá las más huertanas; para mí las más atávicas. Las que muestran –en todo caso- al genio, según la formulación de Baudelaire, recobrando su infancia a voluntad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario